martes, 5 de octubre de 2010


Cómo nos influyen los medios

[Texto con el que participé hace un año en el premio Enrique Ferran de la revista El Ciervo. Proponían escribir sobre cómo nos influyen los medios].

Colijo de la propuesta que los medios influyen en el ser humano y, con esta afirmación, formulo una sentencia apodíctica: el mundo influye en las personas, sin remedio. Nacemos en un universo que funciona bajo unas determinadas fuerzas. La gravedad, sin ir más lejos, condiciona en alto grado la fisiología de nuestro cuerpo; tan sólo hay que observar cómo se modifican los tejidos humanos en astronautas que orbitan la Tierra durante unos pocos días. Al poco de nacer entran en juego otras variables: el país de origen y la época histórica son insoslayables. El círculo se estrecha más a medida que crecemos. Las influencias se concentran primero en la familia, luego en los amigos, en los compañeros de estudio y en los profesores, finalmente, en todo lo anterior más los colegas del trabajo, el sector de ocupación en el que nos desenvolvamos y los medios de comunicación y de ocio; en resumen, apropiándome de un par de palabras de Josep Pla, las influencias manan del “paisaje básico” de la persona.

La potencialidad de influjo de los medios de comunicación (internet, libros, revistas, radio, televisión y prensa tradicional) es incuestionable. Como con acierto apuntan muchos teóricos de la comunicación, los medios no sólo influyen en el cómo pensar del individuo sino en el qué pensar. Inoculan en las mentes temas que un restringido grupo de personas –editores, líderes de opinión, directores, gobernantes, empresarios, periodistas…- alza a la categoría de noticias, desechando millones de hechos que jamás trascenderán más allá del ámbito local en el que se han producido, y, a la vez, colocan a los sucesos cribados en rango similar o idéntico a las preocupaciones cotidianas de millones de personas. Nos amplían, o eso creemos, nuestro “paisaje básico”, nos inquietamos, por ejemplo, por acontecimientos acaecidos a miles de kilómetros.

En este sentido, el mundo en sí hace las veces de lo que los psicólogos denominan inconsciencia cuando hablan de la mente, y el esquema o jerarquización del funcionamiento del mundo que difunden los medios viene a ser lo que esos mismos profesionales designan como consciencia. Creo que queda claro que la potencialidad de influencia es capital, pero por si hubiera algún resquicio baste señalar que las empresas no se anunciarían si el poder de modificar comportamientos a través de la imagen o la palabra y, por ende, de los medios –altavoces magníficos de la palabra y los actos- no existiera. ¿Qué pasaría si Coca-cola dejara de promocionarse y aprovechara la ocasión Pepsi para para inundar los espacios con un novedoso producto? ¿Qué pasaría si, de golpe y porrazo, los medios se volcaran en la propaganda de un nuevo partido político y aislasen a los tradicionales? ¿Qué pasó, en definitiva, cuando se radiotransmitió en Estados Unidos la invasión marciana de la Tierra? No quiero decir que todo el mundo bebería Pepsi y no Coca-cola desde entonces, ni que nadie más votara al PNV, al PP o al PSOE o que todo bicho viviente en EUA saliera rifle en ristre a fulminar extraterrestres. Pero me parecen claros ejemplos dela fuerza de los medios. ¿O alguien pondría la mano en el fuego y aseguraría que si hubiera vivido en la Alemania nazi habría sido uno de los pocos que actuó inmune a la propaganda de Goebbels?

Todo el tiempo he hablado de potencialidad, pues, de cajón, si no hay público no hay influencia, ni se moldean caracteres, ni se educa, ni se manipula -en el buen o en el mal sentido- ni, por el contrario, se mantiene una actitud crítica ante el bombardeo mediático. Hay que recordar que vivimos en cierta sociedad y tiempo. Los medios de comunicación de masas tradicionales vierten los contenidos, sobre todo, en la sociedad occidental, con noticias que se generan en los países más poderosos. Prueba de ello es que, ahora que China despierta, del gigante asiático también fluyen más noticias, y ello, pese a la censura del gobierno de Pekín.

¿Cómo nos influye, entonces, la información recibida? La información se basa en la palabra o en la imagen, y en cómo se estructura el discurso. El medio es el altavoz, o como ilustran algunos profesionales de la publicidad, el masaje, no el mensaje, o no sólo. La información primero nos moldea o nos diseña un pensamiento, el pensamiento genera una cierta emoción que conduce al acto (ya sea la compra de un producto, ya una movilización, ya un boicot…), pero, la mayoría de las veces, las noticias generan comentarios, criticas y protestas y, de ahí, casi no pasan. Esto se debe a la sobreabundancia informativa y a que la noticia, en muchas ocasiones, abandona el coto de la excepción y el cambio para convertirse en la descripción de la norma. El sensacionalismo también hace estragos; el mal uso de adjetivos, por ejemplo, termina por banalizarlos, y, cuando se usan con propiedad, han perdido todo su valor por el camino.

Antes he escrito en cursiva la palabra “casi”. Me explico. El hecho de que ante una noticia muchas veces no ocurra nada también es un efecto de la causa, y a la vez estos efectos nulos constituyen, precisamente, los pequeños ladrillos que levantan, poco a poco, la gran presa de la indiferencia –“si no hay nada que hacer”, “el mundo siempre ha funcionado así”, “los ricos hace mucho que se repartieron las tierras”- Pero no hay que negligir el poder de la persona, evidentemente. Una misma noticia desembocará en una acción en unos y en pasividad en otros. Mucha gente, lógicamente, ya tiene suficiente con su vida laboral, personal y familiar. Argumentan que pagan a terceros para que, en teoría, se ocupen de problemas que les incumben aunque sea indirectamente. En la práctica, quienes deberían preocuparse muchas veces hacen la vista gorda. De ahí, la importancia de la prensa, cuyo embrión debe ser la denuncia.

Ante los medios, el periodista y el lector necesitan una actitud crítica. El periodista ha de inquirir a todas las fuentes implicadas en la noticia y, sobre todo, debe contextualizar la información con honestidad, atento siempre, en especial en política, a detectar si te quieren dar propaganda por noticia. El lector o público, por su parte, no debe tragar como tabula rasa –afortunadamente no siempre ocurre así- y, ante temas que le interesen, debe buscar otras fuentes. Como dice un libro de televisión para niños: “Tú mira las noticias y a partir de lo que dicen imagina qué ha ocurrido”.

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