viernes, 1 de octubre de 2010


La inteligencia al margen de la vida

Todos los animales son inteligentes, desde los reptiles hasta los gatos pasando por las microscópicas células. ¿Por qué aseguro con tal rotundidad que la inteligencia impregna todo ser viviente? Porque todo ser viviente entiende -sea a nivel consciente o no- la vinculación causa-efecto por la que se rige, o parece regirse, el escenario en el que pacemos. Harina de otro costal es dilucidar si el ser humano es el más inteligente de ellos.

Podríamos afirmar que la diferencia fundamental del tipo de inteligencia que el humano gasta de la del resto de seres vivos, o de una mayoría de ellos, sea la capacidad humana para trabajar con pasado y futuro lejanos y, más crucial aún, con condicional. En principio, el condicional ha provocado el desarrollo humano porque nos ha permitido imaginar situaciones inexistentes que se han demostrado factibles al actuar de cierta manera. Pero es que todo animal actúa según un condicional. Si un gato tiene frío se acerca a una estufa. La mente gatuna elucubra: “Las células me envían la señal de frío en forma de incomodidad generalizada de mi cuerpo. Hay una estufa encendida. La estufa emite calor. Lo sé por experiencia o porque si me acerco las células se calmarán por el calor y dejarán de turbar mi mente y en consecuencia mi cuerpo”. A partir de estas premisas el felino se conduce. Es capaz de un futuro cercano o un condicional simple.

¿Qué diferencia hay, pues, entre esta reflexión y otra humana?, ¿la complejidad de razonamientos? Tal vez, pero antes hay otra referida a la calidad más que a la cantidad. Mientras que la mente del gato le ha movido a comportarse así sin que su intelecto sea consciente de esos juicios, o sólo consciente durante una nanonésima del segundo, la mente del humano puede hacerlos conscientes el tiempo que desee. Ahí radica la diferencia. El humano se da cuenta -si quiere y/o indaga, mientras no le duela y opte por gandulear- de los pormenores de gran parte de su conducta, alguna de ella promovida por necesidades fisiológicas, emocionales, psicológicas y –quizás, las menos- debidas a la razón; de otra forma, se da cuenta de que una o múltiples causas provocan uno o múltiples efectos. Es, si se quiere, uno o muchos pasos más en la evolución de la psique. Queda claro, en todo caso, que la psique existe al margen de la consciencia, del darse cuenta.

Una vez un ser vivo se da cuenta de algo durante un periodo de tiempo relativamente extenso, está claro que comenzará a preguntarse por todo lo que le rodea, y tarde o temprano, o a la vez, por él incluido. Eso si una pincelada de esa nueva realidad aprehendida no repele al animal en cuestión, ya sea por miedo, ya por dolor -como un calambrazo nos hace separar los dedos de un enchufe-, y le retrotrae de forma automática a su refugio inconsciente. La consciencia, el conocimiento de una realidad hasta entonces ignorada por el bicho, puede asustar a quien no la haya sentido nunca y hasta doler. El golpe, de no sentir a sentir, de no ser en a ser en, debe ser tan físico como el susodicho latigazo eléctrico. ¿Me pregunto cuántos animales o seres vivos no habrán sentido ese miedo y se habrán retirado a refugiarse en el apacible caparazón de la inconsciencia? o ¿cuántas veces el humano continúa actuando como un “simple” animal y se esconde ante lo desconocido, a lo que considera amenazador? Es más ¿no será, precisamente, ese miedo a lo desconocido un resquicio del dolor que experimentamos al nacer a la realidad consciente y a la autoconsciente?

Volvamos al ser vivo no humano. Si el viviente transgrede la frontera (el mito de la expulsión del paraíso que contienen muchas religiones debió de nacer de aquí, digo yo) y comienza a preguntar por lo que le rodea y por él mismo, habrá alcanzado el importante hito de la autoconsciencia o del reconocimiento existencial de sí mismo. Pero, como he señalado, esto no es más que un hito en el camino, crucial, pero hito. Con esto no quiero quitar trascendencia al paso, sino señalar que se trata de una etapa, no de una meta. En la autoconciencia no tiene por qué concluir el camino, como de hecho estoy convencido de que no lo hace, punto que trataré más adelante. De aquí se deriva, sin embargo, y con esto concluyo de antemano, que el humano no es una finalidad ni una culminación tal y como profieren algunas religiones. Parece más bien un camino de conocimiento, y de momento hemos traspasado el umbral que separa la inconsciencia de la consciencia. La evolución sigue su camino.

Conocer significa que nuestra consciencia aumenta y/o crece. ¿Qué instrumentos usa el humano, el ser autoconsciente, en última instancia para continuar el viaje del conocimiento, es decir, para aumentar su consciencia? La razón pura y el método científico. No me olvido de que los instintos y las emociones juegan un papel extraordinario como motor o acicate de esa marcha y que son indispensables para vivir con plenitud, pero en nuestra etapa evolutiva a éstos se les añade con fuerza la combinación del juicio y la ciencia. Sea como fuere, el conocimiento de todo -nosotros mismos y lo que nos rodea- hace las veces de zanahoria para el asno. [Aunque colateral a lo que trato, la pregunta sería: ¿quiénes somos nosotros: el asno o el arriero? En ambos casos, buscamos satisfacer un placer, pero si somos los asnos habría algo o alguien que se estaría aprovechando de nosotros. Esto me recuerda a la posible y plausible hipótesis dawkiniana según la cual la vida tan sólo es un caparazón de la que se sirven los genes para ser inmortales. ¿Serían los genes, al final de todo, los responsables de esta búsqueda incesante?].

El humano, decía, se sirve de la razón y la ciencia para conocerse a sí mismo y al cosmos (entiendo por cosmos todo lo que es, lo conozcamos o no). Llega el momento de detenernos para dilucidar qué es la inteligencia o, por lo menos, qué entiendo que tengo derecho a comprender sobre el hecho de inteligencia. La inteligencia es la capacidad de enlazar causas y efectos . Somos, por tanto, inteligentes en la medida en que amoldamos la mente a dicha relación, en aproximarla al máximo. No tenemos más derecho que creer que eso es la inteligencia puesto que es por lo que se rige todo o, al menos, lo que hasta ahora hemos conocido. Tender a descubrir ese tipo de correlación en lo que existe será una conducta inteligente porque así se rige todo, insisto. Hablo de tender al conocimiento, que, aunque, a veces, en el primer encontronazo, pueda parecer perjudicial, a la larga siempre nos será beneficioso, puesto que nos ampliará la consciencia.

Por lo tanto, si esa tendencia es inteligente porque se acerca y entiende la vinculación causa-efecto por la que se rige el universo, eso significa que las relaciones por las que se rige el universo son inteligentes. Entonces, la inteligencia nos la hemos apropiado como cualidad singular de la vida cuando no es así: la inteligencia existe al margen de la vida y de nosotros: la inteligencia no necesita vida. La evolución del cosmos y de la vida son inteligentes por definición aunque no se originen de ningún tipo de vida ni la necesiten para explicarse.

Tendemos a reflejar lo que percibimos. La tarea consiste en rasgar velos. Si esto es así, poseemos un cerebro que capta lo que recibe a través de los sentidos (en este caso, sería un simple receptor de los datos que pueblan el cosmos) y los procesa mediante la razón (esto es establecer las relaciones causa-efecto ciertas entre dos sucesos) ¿Puede que existan otro tipo de vinculaciones? Es muy probable que a medida que nuestro conocimiento o consciencia medre aparezcan nuevas capacidades más allá de lo que ahora entendemos por consciencia, es decir, más allá del darnos cuenta de. Imaginen al humano nadando en la enorme charca de gravedad cero, con un cerebro libre de la fuerza gravitatoria, apto para crecer y crecer casi sin límite… Casi seguro aparecerían nuevas capacidades que ahora no podemos ni si quiera sospechar porque, al igual que el cerebro del gato no puede captar por su tamaño diminuto la autoconsciencia en que nos desenvolvemos, el nuestro, en las condiciones actuales, tampoco puede si quiera imaginar las capacidades de esas entidades futuras.

Pero en cuanto a otras vinculaciones, ignoro si la relación causa-efecto es Verdadera, pero es la más cierta con la que de momento contamos. Supongamos, no obstante, que contempláramos la vida o la existencia al revés de como ocurre, (de hecho, bien podría ocurrir así ahora y aquí, pero poco importaría). Si el principio fuera el final y el final el principio, la muerte sería el origen, el nacimiento el final, el big-bang el final y el big-crunch o el enfríamiento total del cosmos el inicio, y el gen o primer autoreplicante el final y un ser vivo indefinido el principio. ¿No llamaríamos de todos modos al efecto causa, y al revés, a la causa efecto, sin mayor problema? Hallaríamos natural que tras despedazarse un vaso de vidrio se reconstruyera en nuestra mano y nos extrañaríamos de lo contrario, de que tras caer de nuestras manos se hiciera añicos contra el suelo.

Sea como fuere, en ambos casos, parecería que todo proviene de lo indefinido (inexplicable, indecible, incomprensible), justo a lo que muchas civilizaciones han denominado dios, y que todo vuelve a lo indefinido. ¿No sería todo un ciclo? ¿Una espiral del tipo doble hélice del ADN? ¿Una semilla que desemboca en un árbol, que se ramifica, da fruto, se deposita en la tierra y da un nuevo fruto?

Todo no es más que una paja mental…

2 comentarios:

  1. Bueno Felipe, ya está bien para ser una paja mental, la hostia, jajaja ¡Hasta dónde rascas!, ¡hasta donde llegas! Que sepas que tus pajas mentales empujan (al menos a mi) a hacerme las mías propias.

    Me ha resultado especialmente interesante lo del "condicional" del principio y el ejercicio de invertir esa cosa del causa-efecto.

    Un saludo,
    Fdo: un "ateo" de la religión y un "agnóstico" de la Ciencia.

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  2. Ante este mensaje no puedo más que mostrar agradecimiento.

    ¡Saludos desde Barcelona!

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